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Mi visita al Instituto Neurológico de Medellín

En febrero de este año, hice un viaje que marcó un antes y un después en mi vida. Fue la primera vez que viajé enfrentando la movilidad reducida, y aunque el trayecto fue corto, el impacto emocional fue enorme. Me acompañaron mis hermanos Rodolfo y Ramón, y tenía una cita en el Instituto Neurológico de Medellín, un lugar muy recomendado por una amiga. La cita era el 6 de febrero, y llegamos un día antes.

En esa época, ya estaba usando bastón para caminar, pero al llegar al aeropuerto decidi usar una silla de ruedas. La verdad, fue más cómodo y práctico para moverme, tanto a la llegada como al regreso. Ya desde el primer momento, sentí que este viaje sería diferente.

Cuando entré al Instituto, algo cambió dentro de mí. Ver tantas personas con condiciones similares me hizo sentir identificado y, de alguna forma, más tranquilo. Sabía que no estaba solo en este camino.

Después de registrarme, me atendió un médico. Hubo un error en la asignación de la cita, y me tocó con un especialista en esclerosis múltiple, no en ELA. Aun así, este doctor fue muy profesional y no solo me hizo todas las revisiones necesarias, sino que, al final, me dijo: “Yo no soy la persona indicada, pero creo que tu diagnóstico es ELA, y te voy a conseguir una cita con la doctora Verónica, que es nuestra experta”. Esa actitud de ayudar, sin importar las barreras, me dio mucha confianza.

El doctor logró que me atendieran al día siguiente, lo cual no fue nada fácil porque la doctora Verónica tenía una agenda llena. Ese mismo día temprano, me hicieron una electromiografía, un procedimiento que no es cómodo pero que ya conocía demasiado bien. El médico que me atendió fue directo conmigo: “Yo trato muchísimos casos de ELA, y por lo que veo, este es uno de ellos”. Sentí que no hacía falta más explicaciones; lo que él vio fue suficiente para reafirmar lo que ya temía.

Más tarde, tuve mi cita con la doctora Verónica. Entré con mis hermanos, pero ella pidió hablar conmigo a solas. Fue un momento clave para mí. Ella revisó todos mis estudios, me hizo pruebas físicas y finalmente confirmó lo que ya sospechábamos: ELA. Después, llamó a mis hermanos para que pudiéramos hacer preguntas juntos. Lo que más recuerdo de esa consulta fue la paz que me transmitió. No solo por su profesionalismo, sino por su empatía. Me mandó hacer algunos exámenes adicionales y me ayudó a ver con claridad los pasos que debía seguir.

Cuando salí de la consulta, me sentí abrumado. Nos sentamos a esperar para los exámenes de sangre, y ahí no pude contener las lágrimas. Me recosté en el hombro de Rodolfo mientras Ramón me consolaba. Fue un momento difícil porque, aunque en el fondo sabía la verdad, parte de mí seguía esperando que alguien dijera que todo era un error, que era otra condición, algo más sencillo. Pero ya era momento de aceptar la realidad.

Ese viaje me ayudó a entender que no podía seguir buscando más opiniones ni perdiendo tiempo. El tiempo es demasiado valioso. Había que enfrentar la situación con todo lo que implica: medicamentos, apoyo psicológico, y decisiones importantes sobre mi estilo de vida.

Al regresar a Panamá, una de las primeras cosas que hice fue contactar al grupo de pacientes de ELA, pero esa es una historia que les contaré más adelante.

Hoy puedo decir que esa visita al Instituto Neurológico de Medellín me marcó profundamente. Me hizo soltar la negación y empezar a enfocarme en lo que realmente importa: vivir con la mayor calidad posible, aceptando el diagnóstico pero sin dejar que me defina. Estoy vivo para contarlo, y mientras lo esté, seguiré compartiendo mi camino con ustedes.

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