Días antes de mi cita con el neurólogo, me sentía en primera fila de una montaña rusa emocional. La ansiedad me mantenía inquieto. Tenía los resultados en mano, pero la incertidumbre seguía pesando. Me repetía a mí mismo que podría ser cualquier cosa menos ELA. Esa pequeña esperanza, me daba la fuerza para mantenerme en pie. Sin embargo, la realidad no dejaba de golpearme. Pasaba el día buscando información en internet, leyendo diagnósticos y testimonios que solo me llenaban de más dudas y temor. Cada artículo, cada video, parecía confirmar lo que más temía, y mi ansiedad se disparaba. No solo me afectaba psicológicamente, también físicamente: no dormía bien, a veces no tenía apetito, y mi cuerpo se sentía agotado.
Cuando llegó el día de la cita, me acompañó mi cuñado Iván. Al llegar, el doctor revisó cuidadosamente todos los exámenes. Sentí cómo el tiempo se hizo eterno mientras él pasaba página tras página. A pesar de que todos los indicios apuntaban a ELA, no me dio una confirmación total. Aquí en Panamá, los médicos suelen ser muy cautelosos antes de dar un diagnóstico tan definitivo, y mi neurólogo no fue la excepción. Aunque las fasciculaciones en mi cuerpo eran claras y evidentes, el doctor no quiso apresurarse. Fue en esa misma consulta cuando me preguntó si estaría dispuesto a participar en una junta médica, donde varios especialistas evaluarían mi caso. Acepté sin pensarlo, con la esperanza de que, con más opiniones, podría llegar a una conclusión más clara. Pero esa sería una historia para otro día.
En ese momento, fue mi cuñado Iván quien, consciente de la importancia de actuar con rapidez, le sugirió al doctor que me iniciara el tratamiento con Riluzol cuanto antes. Este medicamento es uno de los pocos aprobados específicamente para la ELA, y aunque no cura la enfermedad, está diseñado para ralentizar la progresión del daño a las neuronas motoras. Riluzol actúa reduciendo la liberación de glutamato, una sustancia química en el cerebro que, en niveles elevados, puede dañar las neuronas motoras y acelerar el avance de la ELA. Comenzar el tratamiento oportunamente es crucial, ya que puede ayudar a mejorar la calidad de vida y extender la fase en la que el paciente conserva una mayor capacidad física.
Mientras tanto, la vida continuaba. Mi estado psicológico no solo afectaba mi mente; lo sentía en mi cuerpo y en mi entorno. En el trabajo, por más que intentaba seguir con mi rutina, había momentos en los que, sin razón aparente, me encontraba llorando. Las lágrimas aparecían de la nada, y aunque me esforzaba por ocultarlo, la presión emocional era demasiado fuerte. A veces sentía que no podía más, pero había algo que siempre tuve claro: quedarme en la cama no era una opción. Cada mañana, aunque mi cuerpo pesara y mi mente estuviera nublada por la ansiedad, me levantaba. Me vestía, me ponía mis zapatos Reebok, esos mismos que me habían acompañado en tantas caminatas y días de actividad, y me iba a trabajar.
Sabía que la rutina, por muy pesada que fuera, era lo único que me mantenía en marcha. Aferrarme a la normalidad, a seguir con mi vida, era mi forma de resistir. Aunque todo parecía desmoronarse, decidí que no me dejaría vencer tan fácilmente.
En el próximo capítulo, compartiré cómo enfrenté el siguiente paso en este camino lleno de desafíos y descubrimientos.
Estoy Vivo para Contarlo, y juntos seguiremos avanzando. Gracias por acompañarme en este viaje.